Había una vez un niño que andaba de vacaciones en la playa. Le encantaba el mar y le encantaba bañarse, generalmente se bañaba hartas veces y harto rato. De hecho esta era la tercera vez que se bañaba en el día. El día estaba hermoso, había un sol radiante que hacía que el cielo estuviera azul azul y que el mar estuviera azul azul también. No había ni una sola nube. Las gaviotas cantaban y volaban por ahí cerca, con los pilpilenes y los zarapitos; juntos almorzaban pulguitas de mar que sacaban con su pico de la arena. El agua estaba helada, muy helada, así es el océano pacifico en el sur de América, con viento tan frio en la orilla del mar que a veces dan ganas de ponerse parka y el agua del mar es tan fría que al meterse, a veces duelen los huesos de tan fría que está, pero es emocionante, con olas grandes que suenan fuerte y con un olorcito a mar como olor a mariscos o algas.

Justo ese día habían olas grandes que, por su sonido, hacían que uno tuviera que hablar más fuerte de lo normal. El sol brillaba en el fondo del mar como chispitas de luz bailarinas sobre la superficie del agua. El Sol también brillaba en las olas, en la curva que se hace en la ola que está por reventar. Ahora el niño se iba a bañar con su mamá, su hermano y sus tías. Aun iban por la orilla de la playa, con los pies en el agua, cuando de pronto, se cruza ante ellos un cangrejito pequeño, parecía un cangrejito bebé. Se detuvieron a mirarlo con ternura, lo saludaron y siguieron su camino al agua. Pero el niño notó que el cangrejito iba llorando así que se devolvió a preguntarle qué le pasaba.

-Es que estoy muy asustado porque casi me pisan- le explicó el cangrejito entre sollozos -además con el susto me desorienté y ahora estoy perdido.

-Yo te ayudare amiguito- le dijo el niño.

Se puso los lentes de natación que llevaba afirmados en la frente y metió la cabeza al agua para averiguar algo que pudiera orientar a su amigo. Aparecieron dos pececitos quienes, luego de enterarse de la situación le dijeron al niño saber dónde vivía la familia cangrejo.

-Nosotros podemos guiar al cangrejito- ofrecieron los pececitos -y si tú quieres también nos puedes acompañar.

 

Al niño le encantó la idea, nunca había estado dentro del océano, o si es que había estado cuando aún no era humano, al menos no lo recordaba.

-Sí, quiero ir!- respondió el niño. Y como el niño era amigo de la Luna y ese dia habia luna llena, él sabía que cosas mágicas podían ocurrir. Asi que dejó que los pececitos lo tomaran de la mano y dulcemente lo hicieran entrar en el agua. De a poco, se sumergió profundo junto a sus nuevos amigos.

-Si respiras con el corazón no te ahogarás- le recomendaron los pececitos con amor y cuidado.

-Respirar con el corazón? Cómo es eso?- pensó el niño.

-Es justo así- le respondieron los pececitos (también en su mente) -justamente como lo estás haciendo, con confianza y alegría.-

-Ah! facilito!- pensó el niño.

Y partieron a explorar.

-Vamos cangrejito! te llevaremos de vuelta a tu casa- le dijo el niño, entregándole calma a su amiguito -confía que estos pececitos nos ayudarán, ellos saben dónde vives.

-Para saber cualquier cosa, debemos sentirlo también- explicaron ambos peces- aquí en el mar, al sentir profundamente con nuestro corazón, podemos saber todo lo que queramos.

El niño los miró con sorpresa y perplejidad, mmm no entendía del todo. Así que los pececitos continuaron explicándole.

-Aquí en el agua todo está conectado- siguieron los pececitos -todo lo que sentimos se transmite por el agua. Cuando los pulpos están contentos o cuando bailan las sardinas, todos sentimos su alegría. O cuando los tiburones se enorgullecen por los nacimientos de tiburoncitos bebés, los corales sueltan sus huevitos o cuando las tortugas marinas logran llegar a su destino, todos sentimos la felicidad que cada uno va transmitiendo al agua. Por eso somos muy cuidadosos con lo que sentimos y entregamos al agua porque sabemos qué es lo que todos sentirán. El agua es el ambiente de todos. Aquí en el mar sabemos que entre todos creamos el mundo en el que vivimos así que todos contribuimos a tener un ambiente contento para los demás. Por eso a las ballenas les gusta cantar y a los delfines les gusta saltar y jugar.

Al niño le encanto ese modo de vivir, unidos. Cuidando todos de todos, unos a otros, preocupándose de estar tranquilitos y contentos para entregar alegría y amor a los demás.

-Pero esto no debe ser tan distinto para nosotros que vivimos en el aire- reflexionó el niño, pensando en los humanos, animales, árboles y plantitas con los que compartimos el aire.

-Claro- asintieron los pececitos. En el aire es lo mismo. Ustedes también están conectados, unidos por el aire, sólo que el aire se nota menos que el agua.

Estaban en eso cuando aparecieron familias de delfines, eran muchos, nadando rápido y ágilmente. Felices! Venían contentos. Parece que sólo se acercaron a saludar. Se dieron 4 vueltas, alrededor de ellos, 3 veces. Eran como 20 delfines con actitud traviesa, nadaban muy cerca del niño, de los 2 pececitos  y del amigo cangrejito que ya se encontraba más tranquilo y también estaba disfrutando con este espectáculo. Los delfines tenían un nado sincronizado, como si fueran un coro en el agua. Nadaban alrededor del grupo de amigos, de abajo hasta arriba, rodeándolos en espiral, giraban, hacían figuras y se reían. Cuando llegaban a la superficie, saltaban alto, caían lejos con un piquero perfecto y volvían a sumergirse profundo para empezar a subir en un nuevo espiral sincronizado, los 20 delfines en un juguetón coro de mar, contorsionándose con piruetas que giraban sincronizadas y alegres, hasta que de a poco fueron alejándose para ir a jugar a otro lugar.

-Ellos son los bromistas del océano- le contaba uno de los peces al niño -siempre andan divirtiéndose y jugando con quien se cruce por su camino. Al niño le encantaron los delfines, se sentía que él era un poco como ellos también.

El mar era tranquilo y silencioso, a medida que entraban más al fondo, el silencio aparecía más y más. Quedaba atrás el ruido de las olas al reventar y empezaba una calma suave y tranquila, se escuchaban sólo burbujitas.  Suaves movimientos que entregaban pequeños sonidos que no alcanzaban a romper el inmenso silencio del fondo marino.

A lo lejos, de pronto se escucha un canto. Y otro más. Y otro. El canto se acercaba.

-Son las ballenas- le dice el otro pez al niño, cuando éste los miró con desconcierto.

-Veremos ballenas?- preguntó el niño con entusiasmo.

-No sabemos si aparecerán a saludar, pero siempre se escuchan- explicaron los peces. Las ballenas deben estar lejos, muy lejos. El sonido viaja por el agua muy rápido. Ellas inundan el mar con sus cantos.

El niño ya había comprendido el lenguaje del mar, era lo que le había explicado su amiga Luna hace mucho tiempo. Asi que sintió en su corazón con muchas ganas querer saludar a las ballenas y envió este silencioso mensaje a través del agua. “Sé que las ballenas escucharán lo que les estoy diciendo”, pensó con confianza, pues su mente ahora estaba dispuesta a reproducir todo lo que su corazón quisiera.

-Amigo!- lo interrumpieron los peces -debemos sentir profundamente para que nuestro corazón nos guíe a la casa de cangrejito-.

-Sííí, por supuesto- respondió el niño que, con tanta emoción ya lo había olvidado.

-Cómo sabremos hacia dónde ir?- preguntó el niño a los pececitos amigos.

-Sólo nada con confianza, sabiendo que vamos rumbo hacia allá- respondieron ellos.

-Ok- respondió el niño, sabiendo que llegarían a destino. Y se puso a nadar con toda la fe.

Y como si supieran el camino, nadaron con decisión los 4 amigos hacia la nada, dejándose llevar por donde iban sintiendo que debían nadar, perdiéndose en el silencio del agua submarina. Iban tranquilos y con confianza, como si hubieran ido mil veces a la casa del cangrejito. Los 4 con la firme convicción de sentir que era el camino correcto.

-Aquí es!!- grito de pronto el cangrejito.

Ya habían llegado. Los papás del cangrejito estaban preocupados, no sólo porque su hijo no aparecía hace rato, sino porque ya no podían salir a explorar a la arena como siempre. Les había ocurrido a muchos de ellos que, en la arena, casi los pisaron los humanos bañistas que ahora estaban de vacaciones y la orilla de la playa estaba llena de ellos.

-Y nosotros tenemos nuestra comida allá en la orilla de la playa- le contaba el papá cangrejo al niño y a los 2 peces –En la arena están las pulguitas de mar y las algas que son nuestro alimento. No sabemos qué hacer.

El niño no lo pensó dos veces y enseguida ofreció su ayuda.

-Hay horarios en que las personas suelen bañarse- explicó el niño, empezando a elaborar el plan –se bañan en la mañana y en la tarde. Haremos lo siguiente. Yo vendré a avisarles cuando las personas empiecen a bañarse en la mañana y luego cuando dejen de bañarse para ir a sus casas a almorzar. Luego volveré en la tarde y les avisaré cuando vuelva el horario de baño de la tarde y luego cuando ya no se bañen más. Así, ustedes podrán saber cuándo salir a comer, sin peligros de ser pisados.

A los cangrejos les pareció una idea buenísima, excepto por el niño. Porque él iba a tener que dedicar sus vacaciones, todo el día y todos los días a estar pendiente de dar estas noticias a la familia cangreja.

-Amigo- le dijo uno de los pececitos –a ti te gusta salir a andar en bicicleta en la mañana e ir a la plaza en la tarde, te perderías esas actividades que tanto te gusta hacer-.

-Piensa que estás de vacaciones, y querías venir a la playa justamente para hacer esas cosas –le dijo el otro pececito.

Sí, los peces tenían razón, reflexionó el niño. Eran sus actividades preferidas del verano, andar en bicicleta y jugar con sus amigos en la plaza “mmm qué podría hacer?”, pensaba el niño. Hizo silencio por un momento y sintió su corazón. Sí, quería ayudar a la familia cangreja. Aunque eso significara dejar de hacer esas actividades, pues no había otro modo de ayudar.

-Sí es  verdad- dijo el niño -los pececitos tienen razón, pero de todos modos quiero hacer el trabajo- dijo con convicción. -Quiero ayudarlos y esto es lo más importante-.

-Pero no es un sacrificio muy grande para ti amiguito?- preguntó la mamá cangreja.

-La verdad es que sí lo es- dijo el niño, con un poco de dificultad, sabiendo que algunos días no le iba resultar fácil, pero con la misma convicción. –si quiero ayudarlos, debo hacerlo de ese modo-.

-Este niño es como nuestro salvador!- dijo la mamá cangreja con alegría y gratitud –ahora que tú nos avisarás, podremos salir a alimentarnos sin miedo a que no nos vean y nos pisen.

El niño estaba convencido, nadie lo hizo cambiar de opinión. Se convenció porque al pensar en cumplir este plan, se sentía tan contento, con su pechito tan alegre que eso le entregaba seguridad de su decisión. Su corazón saltaba de alegría, por lo que comprendió al instante que era eso lo que debía hacer.

-Sí, lo haré!- dijo el niño entusiasmado –yo les iré avisando día a día en la mañana y en la tarde, durante todos los días que duren mis vacaciones. Ese será mi trabajo, será mi oficio de las vacaciones!-

-Pero es un oficio de mucho sacrificio- dijo el papá cangrejo.

-Eso rima!!-dijo el niño y todos se echaron a reír!

El niño ya se había dado cuenta que cuando uno está entusiasmado con lo que hace, ya no hay sacrificio porque el mismo trabajo lo pone contento. Y ya había pensado que cuando le resultara difícil cumplir con la tarea que se había propuesto, tendría que elegir hacer la tarea disfrutando, pasarlo bien haciéndola. Esto ya lo había practicado antes, así que sabía que le volvería a resultar.

Estaban en eso cuando de pronto aparecieron las ballenas!! Eran gigantes, muy gigantes, varias grandes  y dos ballenatos, ballenas bebés. Su movimiento era lento y tranquilo. Estaban llenas de burbujas a su alrededor y se movían en un calmo silencio, salvo por sus cantos. Era como si les hubieran ido a cantar a ellos.

-Sí, te vinimos a cantar a ti-le dijo una de las ballenas al niño –escuchamos que nos llamaste con tu corazón–le dijo una ballena mamá.

El niño se alegró y les dio las gracias.

-Gracias a ti por ayudar a los cangrejos. Si los ayudas a ellos, nos ayudas a todos. Ayudas a todo el mar –le explicó con suavidad la ballena mamá.

Eso puso muy contento al niño. No se había dado cuenta del alcance de su labor. Ahora le dieron más ganas aún de realizar ese trabajo.

Y así, lo hizo, con un compromiso sin igual. Todos los días, en la mañana y en la tarde, durante todos los días de sus vacaciones, el niño fue a avisarle a la familia cangreja los horarios en que ya podían salir a comer. Funcionó perfecto. Y finalmente el niño pudo organizarse para, de todos modos, salir a jugar a la plaza y a andar en bicicleta el resto de los ratos libres que tenía. Sí, no era lo mismo. Pero su corazón estaba tan feliz que sentía que todo valía la pena.

Las ballenas siguieron cantando y nadando hacia otros lugares del mar. Sin embargo, sus cantos se seguían escuchando por mucho rato más. El niño se dio cuenta que ya era hora de volver. Se despidió de su amigo cangrejito, delos papás cangrejo y de sus nuevos amigos los dos pececitos.

-Te acompañamos amigo hasta la orilla?- le ofrecieron los peces.

-No es necesario- respondió el niño, quien ya había comprendido esto de dejarse guiar por lo que siente en el corazón –Usaré mi corazón como brújula- les dijo el niño riéndose. Y los pececitos confiaron en aquello.

-Vuelve cuando quieras amigo!!- le gritaron los peces desde lejos.

Cuando el niño llegó a la orilla, su mamá, su hermano y sus tías aún no se metían al agua. Todavía tenían el agua hasta el nivel de los pies. El niño se dio cuenta que el tiempo no había transcurrido mientras él estuvo dentro del mar.

-Por qué estás todo mojado?- le preguntó la mamá

-Porque andaba dando una vuelta en el fondo marino- le explicó el niño a su mamá y ambos se echaron a reír!.

FIN

Constanza Berríos Guzmán

Psicóloga

 

 

 

 

 

 

 

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